martes, octubre 10, 2006

La cruenta guerra en la junta de H-P que causó la caída de Dunn

The Wall Street Journal

October 10, 2006 4:05 a.m.
Por George Anders y Alan Murray


PALO ALTO, California — Semanas después de su inesperado ascenso a la presidencia de la junta directiva de Hewlett-Packard Co., el año pasado, Patricia Dunn se encontró en medio de una guerra sin cuartel con otro acaudalado miembro de la junta: el inversionista de capital de riesgo Tom Perkins.

Discutían sobre cuál era la mejor forma de gestionar la junta. Perkins la llamaba una "fanática de procesos y procedimientos". Dunn decía que Perkins era "controlador". Cuando había que llenar vacantes en la junta, Perkins favorecía emprendedores de Silicon Valley, como él; Dunn rechazaba sus sugerencias y prefería a los líderes de grandes empresas de otros sectores.

Las discusiones incluso abordaron una novela erótica de Perkins (Sex and the Single Zillionaire, algo así como El sexo y el soltero multimillionario), que escribió con el estímulo de su ex esposa, la autora de best-sellers Danielle Steel. Perkins, de 74 años, cuenta que instó, en broma, a que los empleados de H-P compraran el libro. Dunn, de 53 años, dice que no notó nada jocoso en su tono y vetó el plan. Cuando Dunn le comentó a Perkins durante una fiesta que el libro "no es para mí", el inversionista la acusó de humillarlo en público. Cuando los ánimos estaban caldeados, Perkins dijo a otros miembros de la junta que "necesitamos un nuevo presidente", según dos fuentes.

En otras ocasiones, cuenta Dunn, la señalaba con el dedo en la clavícula y le decía: "Llegaste a la presidencia gracias a mí". En la opinión de otro director, el ex ejecutivo de Medtronic Inc. Robert Ryan, las acciones de Perkins eran un "abuso".

La colisión entre Dunn y Perkins está en la raíz del escándalo por espionaje en H-P, una saga que culminó en forma catastrófica para Dunn. La semana pasada, el fiscal del estado de California la acusó de cuatro cargos de fraude y conspiración, señalando que llevó a la junta de H-P a cometer violaciones criminales de la privacidad cuando la empresa accedió a usar registros telefónicos personales en medio de una investigación sobre filtraciones del directorio.

Perkins inició el proceso al salir furioso de una reunión de la junta y alertar a las autoridades acerca del espionaje telefónico. Contactó a la Comisión de Bolsa y Valores, la entidad que regula los mercados financieros en EE.UU., y a la fiscal de California, y los exhortó a tomar cartas en el asunto. Pero la lucha entre Dunn y Perkins era mucho más amplia y reflejaba un conflicto esencial acerca de cómo gestionar las grandes compañías en la era post-Enron.

Dunn es partidaria de un enfoque metódico, donde imperan las reglas. Logró superar un pasar modesto durante su niñez y tenía que tomar tres autobuses para asistir a la Universidad de California, en Berkeley, donde estaba becada. Llegó a encabezar las operaciones globales de Barclays Global Investors, destacando en el mundo de los fondos indexados. Dunn cuenta que, cuando le pidieron dirigir la junta de H-P, "lo primero que se me vino a la mente fue 'cómo impedir meter la pata'. Evitar el fracaso ha sido una motivación toda mi vida", dice.

Perkins, en cambio, es una leyenda de Silicon Valley, un enamorado de los autos de carrera, los botes a vela y de salirse con la suya. Trabajó para H-P en los años 50 y 60 y ayudó a iniciar la división de computadoras de la compañía. En 1972 fue uno de los fundadores de Kleiner Perkins Caufield & Byers, un fondo de capital de riesgo que ha repartido miles de millones entre sus socios e inversionistas al financiar los primeros pasos de empresas como Genentech Inc. y Netscape Inc.

Perkins volvió a H-P en 2002 como director independiente, cargo que ocupó hasta marzo de 2004, cuando renunció para jubilarse. Fue llamado otra vez 11 meses más tarde, en parte por pedido del miembro de la junta Jay Keyworh, quien dijo que la compañía necesitaba su experiencia. "He sido presidente de muchísimas juntas", dijo Perkins el año pasado en una entrevista. "Siempre fui un participante muy activo en la estrategia y la táctica de estas compañías". Cuando llegó el asunto de las filtraciones, Perkins intentó restarle importancia, para proteger a su amigo.

Aunque seguramente será trabajo de un juez asignar culpabilidades legales, un caudal de documentos internos de H-P muestran a Dunn en el centro de la pesquisa sobre la filtración. Celosa de las responsabilidades de los miembros de la junta, Dunn se concentró en descubrir al traidor y fracasó a la hora de cuestionar o controlar las técnicas de los investigadores, quienes fingieron ser periodistas y miembros de la junta para obtener datos personales de las compañías telefónicas. También usaron agentes para seguir por la ciudad a directores de H-P y a periodistas. Y armaron una operación para engañar a una periodista para que revele su fuente.

Las acusaciones son la culminación de una feroz guerra que, al final, Dunn perdió. La ejecutiva dice que confió en el consejo de los abogados de la compañía y que creía que obtener los registros telefónicos era una práctica habitual. La ejecutiva se presenta a sí misma como una víctima, dice que no tiene ninguna responsabilidad y que no cometió ningún acto inmoral.

"Me creé, sin ninguna intención, un enemigo rico y poderoso", dijo Dunn durante una entrevista de tres horas la semana pasada. Perkins "estaba en una posición para financiar una campaña elaborada y efectiva para echarme de la junta".

Perkins también ve el conflicto en términos fundamentales. En un email al presidente ejecutivo, Mark Hurd, el 18 de julio, se mostraba preocupado de que Dunn "llene la junta con el tipo de directores a los que ella admira: ejecutivos estrella de grandes compañías, sin experiencia en tecnología y sin la genética emprendedora de Silicon Valley. Me preocupa que terminemos con una junta de alto prestigio pero sin valor alguno para cuando las cosas se pongan difíciles".

Al mismo tiempo que está inmersa en una guerra legal, Dunn ha tenido que pelear una seria batalla de salud. Tras una serie de problemas con cáncer de pecho y melanoma, en enero de 2004 fue diagnosticada con cáncer de ovarios. Un intenso proceso de quimioterapia pareció derrotar la enfermedad. Pero en agosto Dunn fue operada para remover un tumor que se había esparcido por su hígado. El viernes comenzó una nueva ronda de quimioterapia, de seis meses de duración. "Espero vivir lo suficiente como para recuperar mi reputación", dice.

La llegada de Fiorina

En 1998, Dunn fue invitada a ingresar en la junta de H-P, que estaba buscando caras frescas. Un año después, H-P contrató a una carismática ejecutiva de telecomunicaciones, Carly Fiorina, como su primer presidente ejecutivo proveniente de fuera de la empresa. H-P y Fiorina apostaron su futuro a la polémica adquisición de Compaq Computer Corp., en 2002. "Nunca me vi como un líder de la junta hasta fines de 2004", dice Dunn. Fue entonces cuando otros miembros de la junta de H-P empezaron a hacer pública su insatisfacción con Fiorina. Se inició una pelea entre la presidenta ejecutiva y sus críticos.

En enero de 2005, Dunn y otros dos directores, Keyworth y Richard Hackborn, se reunieron con Fiorina, para comunicarle que la junta había perdido confianza en ella. La reunión sorprendió a la ejecutiva. "Estábamos a punto de llegar a un acuerdo con Carly", afirma Dunn. "Ella estaba asimilando lo que la junta le decía". Dos semanas después, un informe de las quejas de los directores apareció en The Wall Street Journal. Las acciones de H-P apenas se movieron, sugiriendo que los inversionistas compartían las preocupaciones de la junta. Fiorina se enfadó mucho y se concentró en las filtraciones y no en las críticas de la junta. Las relaciones pronto se desintegraron. El 7 de febrero, en una reunión de la junta, con Perkins impulsando fuerte un cambio, Fiorina fue despedida.

La filtración "introdujo un tono de desconfianza", recuerda Dunn. "Dificultó todo el proceso". Ese día, la junta le pidió que fuera presidenta no ejecutiva. Dunn dice que su ascenso se debió más que nada a que "era uno de los pocos directores que mantenía relaciones con todos los demás".
Se veía como una pacificadora.

En su nuevo trabajo, Dunn dirigió la contratación de Hurd como presidente ejecutivo. Llamaba a sus casas a los miembros de la junta, para preguntarles cómo podría la junta ser más efectiva.

Las respuestas la desanimaron: los directores desconfiaban unos de otros, dice Dunn, por culpa de las filtraciones y el despido de Fiorina. Siete de los nueve directores con los que habló dijeron que frenar las filtraciones debería ser la primera prioridad, dice Dunn. Entonces, la ejecutiva se concentró en una investigación iniciada por Fiorina. Como dijo Dunn hace un mes en el Congreso: "Incluso información trivial que llega a la prensa corroe la confianza entre los miembros del grupo". Dunn recurrió a un ex fiscal, Ronald DeLia, recomendado por la gerencia de H-P. DeLia dirigía una pequeña firma de investigaciones. Dunn admite que dudó sobre si una empresa más grande haría un trabajo mejor. "Si tuviera una bola de cristal", dice Dunn, "habría usado una empresa externa".

Dunn ha estado recientemente ocupada en otros asuntos, incluyendo sesiones de quimioterapia, procesos judiciales y los nietos de su pareja. Después de las acusaciones judiciales, ofreció renunciar a sus posiciones en las juntas de otras empresas y la mayoría de ellas aceptó.

En un momento de su comparecencia ante al Congreso, Dunn estuvo a punto de admitir cuánto daño se había hecho. Cuando el congresista Edward Markey le preguntó cuáles eran sus credenciales, ella contestó: "Era considerada una experta en finanzas y, aunque ahora parezca irónico, también una experta en gobierno corporativo".

No hay comentarios.: