jueves, julio 28, 2005



LA RESPONSABILIDAD SOCIAL EMPRESARIA
UNA VISION CRÍTICA POSITIVA
Por José Jorge NASSER

Cuando el concepto de la Responsabilidad Social Empresaria llegó por primera
vez a mis oídos, sin conocer profundamente de qué se trataba lo vislumbré como
que, a partir de éste, podría canalizar algunas de las expectativas que a lo largo
de los últimos 30 años se me habían planteado.

Creí -y así encaré mi participación en el Curso de Introducción a la
Responsabilidad Social Empresaria para Docentes Universitarios- que podía
encontrar la respuesta a algunas de mis inquietudes: para mi tarea docente,
formando futuros profesionales; para mi propia actividad profesional-empresaria;
y para terminar de ubicarme integrando una fundación que canaliza ayudas
económicas en favor de la comunidad.

Para la primera de mis necesidades, como Docente en la Carrera de
Ingeniería Civil (Universidad Nacional de Córdoba), pude establecer una
clara posición que me posibilitará encontrar canales para que mis alumnos,
futuros dirigentes, se sensibilicen para una gestión empresaria integral y ética
que escape de las selváticas leyes del mercado, establecidas como panacea en la
década pasada y que ellos han adoptado como muy propias.

Esta gestión empresaria integral y ética deberá serlo más aún en el campo de las
tecnologías aplicadas, cuando se trata del aprovechamiento de los recursos
humanos y materiales con el fin de satisfacer las necesidades del Hombre,
logrando un crecimiento sustentable sin comprometer las futuras generaciones.

Lo anterior debe ir necesariamente acompañado de la toma de conciencia de
que, como futuros profesionales-empresarios, cada uno deberá ser un engranaje
del funcionamiento de las instituciones democráticas de la República,
participando activamente de las distintas organizaciones de la sociedad y no
como parte de corporaciones cuyo único fin perseguido es la obtención de
beneficios sectoriales que aumenten su rentabilidad.

Sabemos que la realidad se impone a todos los profesionales (sobre todo a los
recién recibidos), de forma tal que sus posibilidades de desarrollo laboral se ven
cercenadas. Los índices de desocupación hablan de miles de profesionales que no
pueden ejercer, debiendo buscar su sustento personal y familiar en trabajos que
nada tienen que ver con aquello para lo cual se formaron y capacitaron.

Es así que el mercado de trabajo actual se encuentra copado por las grandes
corporaciones, en tanto que las pequeñas y medianas empresas tienen muy
pocas posibilidades. Ello provoca que, en el caso de conseguir trabajo, el
profesional deba ajustarse a las exigencias que éstas imponen, llegando a ser
inhumanas en algunos casos. En otras situaciones, el profesional debe forzadamente dejar de lado los valores éticos en los cuales se puede haber formado.

A pesar de lo anterior, es importante que los futuros profesionales se preparen
para encontrar su prosperidad en un entorno de estabilidad social,
involucrándose y siendo agentes de cambio de una comunidad que ofrezca
oportunidades de realización personal para todos los sectores, cumpliendo su rol
social de la manera más ética y justa posible. Esto significará necesariamente
trabajar en la redefinición de la relación empresas-medio en el que actúan,
creando vínculos y restableciendo confianzas.

Referido a mis propias contradicciones como profesional y pequeño empresario,
debo confesar que luego del Curso, no he logrado superarlas. Toda vez que
estimo que la RSE ha aparecido en nuestro medio como una moda tardía,
alternativa de un modelo económico liberal en un mundo capitalista decadente,
sin contrapesos desde finales de la década de los `80, que no ha logrado
dignificar al Hombre. Por el contrario, ha producido la exclusión de las mayorías.

El gran avance del capitalismo en toda la sociedad nos demuestra que es un
sistema muy difícil de sustituir en lo inmediato. Es un modelo que ha logrado ir
arrasando con los regímenes colectivistas, como el de la ex URSS. Ante esta
omnipotencia del capitalismo, nos quedaría adoptar posturas y emprender
propuestas que tiendan a su morigeración. Es por esto que se plantea la opción
de aprovechar la fuerza del capitalismo, orientándolo hacia valores sociales,
sobre todo cuando la Argentina ha tenido históricamente una economía mixta,
con una notable participación del Estado ligado a las grandes potencias de
Occidente.

Considero, entonces, que la RSE debe ser una parte del nuevo orden social que
se deberá gestar, no una expresión de instancias éticas individuales o de
filantropía empresaria. Este nuevo orden social deberá generar nuevos usos y
costumbres, dando nacimiento a una nueva moral, a nuevos valores éticos que le
permitan a todos los ciudadanos vivir mejor y vivir buenamente.

Se aprecia el hecho de que los conceptos de RSE aparecen en el escenario de un
mundo globalizado, con grandes corporaciones internacionales -y sus sucursales
nacionales- concentradoras de los medios financieros y de producción. También
se percibe un marcado retroceso e importancia de los Estados, resultado
emanado del Consenso de Washington, que dibujó el mundo para los próximos
años: apertura de la economía con firme política de privatizaciones de empresas
públicas; y disminución del rol de los Estados Nacionales, situación que ha
dejado a los ciudadanos inmersos en una profunda soledad e inclusive con falta
de capacidad para reconocer su pérdida de soberanía y de capacidad de decisión.

Dentro de este panorama, la institucionalización de la RSE sería la carta de
reaseguro para la supervivencia del modelo liberal que entroniza al mercado,
verdadero contubernio supuestamente ¿distribuidor? de la riqueza que genera.
Así, se podrían descomprimir las demandas que la Sociedad no le dirige al Estado por su incapacidad y falta de respuestas, sino a las corporaciones empresarias que han pretendido reemplazarlo.

Digo lo anterior convencido que la democracia debe sustentarse en las
organizaciones e instituciones previstas constitucionalmente para la organización
de un Estado Soberano, y no en entidades o corporaciones que, ubicadas como
una cuña entre un Estado ausente y la comunidad, reemplacen a aquél en un
pretendido abandono de su meta principal de obtención de lucro y volcándose
hacia la filantropía empresaria.

Hemos asistido en los últimos años a otros intentos de reaseguros de los
sectores concentrados de la economía, viendo cómo las corporaciones intentaron
introducirse en los partidos políticos, pretendidamente con los buenos deseos de
producir la renovación de sus cuadros.

En el tercer aspecto de mi interés, preocupado desinteresadamente por la
desprotección de los sectores más vulnerables, debo abandonar algunos
conceptos de fundamentalismo político para reconocer la necesidad de que, en
momentos de crisis extrema, es más que nunca necesaria la suma que permite
multiplicar que la resta que divide.

En consecuencia, lo que se ha dado en llamar Sociedad Civil, instalada muy cerca
de la base social y formando parte del sistema democrático de participación
ciudadana, pretende compensar los efectos negativos de las políticas económicas
de exclusión y se convierte en ejecutora subsidiaria de las responsabilidades de
las cuales el Estado se ha ido apartando. Nuestro país adolece de urgencias
producto de las grandes asimetrías sociales, a las cuales debemos responder con
trabajos de rescate, dignificación del Hombre y labor solidaria: hechos concretos
y no asistencialismo clientelar.

El surgimiento de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) como paliativo
de la ausencia del Estado en muchas cuestiones sociales está produciendo un
movimiento en cuanto a las estructuras de la sociedad. Así, observamos a un
Estado avasallado por grandes corporaciones que pretenden manejar la política
económica del país, que no cuenta con los medios y la autoridad necesaria para
frenar estas tendencias.

Corremos el riesgo de que las empresas encuentren en este concepto de
Responsabilidad Social Empresaria una máscara mediante la cual aparezcan
como “salvadoras” en el imaginario colectivo. Al incorporar este concepto a sus
gestiones, las empresas muestran su “lado social” creando fundaciones,
realizando donaciones y actividades a las cuales destinan una porción de la
enorme facturación que generan.

Seguramente esto debe ser rescatado, en atención a que muchas veces estas
oportunidades se presentan como las únicas posibles para la Sociedad Civil;
pero, a la vez, haciendo un análisis de fondo se pueden observar contradicciones
en este accionar, teniendo en cuenta la existencia de empresas petroleras que dicen destinar su ayuda social para la mejora del medio ambiente, cuando
reciben denuncias por contaminación ambiental o tabacaleras que se
comprometen en cruzadas de mejora en la salud pública.

Finalmente, encontramos la ya caracterizada Sociedad Civil (representada por las
ONG, que no son en absoluto ajenas a este proceso). Muchas de ellas están
financiadas y patrocinadas por empresas. Aún cuando se trata de organizaciones
no lucrativas, han tenido que adoptar herramientas de gestión propias del mundo
empresarial para poder sobrevivir y organizarse. Como vemos, todos los actores
de esta sociedad se suben, al fin, a este tren del mercado.

Me permito afirmar entonces que se impone en definitiva una tarea de trípode
entre el Estado, que debe recuperar su protagonismo fijando las políticas
sociales y de justicia distributiva; las Empresas, como creadoras de riqueza en
aras del bien común; y las Organizaciones del Tercer Sector como
fiscalizadoras y defensoras de los derechos sociales con los primeros, buscando
el equilibrio social.

Considero que estas entidades de la sociedad civil aparecen como un valioso
contrapeso en un mundo globalizado, ya que pueden -mejor que los gobiernos
de turno- pintar regionalmente y con independencia las ayudas económicas de
organismos o empresas. Estas entidades se han ganado la confianza de la
sociedad justamente por el mal desempeño que han tenido los gobiernos de
turno en cuanto a políticas sociales, dejando un vacío en esta área.

Las empresas, por su parte, creen con justa razón que sus aportes económicos serán
mejor aprovechados y llegarán a sus beneficiarios por vías extra
gubernamentales, no teñidas de corrupción y manejos. Además de la confianza
en estas entidades, hay muchas esperanzas puestas en ellas. De que mantengan
su razón de ser, siempre ligada al beneficio de la comunidad y no a intereses
personales, basándose en la honestidad.

Será a partir de las organizaciones de la Sociedad Civil la posibilidad de actuar
como moderadoras de un accionar de las empresas, tendiente a conformar un
clima de confianza y trabajo asociado, con aportes económicos y técnicos que
mejoren la calidad de vida de las comunidades donde están insertas, sin
confundir actos de estricta justicia con las tan comunes y liberadoras dádivas.

Es importante rescatar que todo este movimiento que da lugar a nuevos roles
sociales parte exclusivamente de la sociedad, donde miles de personas,
movilizadas por la situación actual del país, toman la iniciativa de ponerse en
acción. Esta puesta en marcha arrastra a otros actores sociales, sean empresas o
particulares, a contribuir con este “voluntariado”. De esta manera, las redes que
se tejen dan cuenta de que en nuestro país existe la solidaridad, valor que está
muy arraigado en la población.

Queda finalmente la posibilidad de llevar el pensamiento hacia el futuro para
preguntarse si llegará el momento en que estas organizaciones de la Sociedad
Civil que se han desempeñado tan eficientemente como rueda de auxilio de un Estado desprovisto de políticas de promoción social, tendrán la oportunidad o la
ocasión de oxigenar los partidos políticos, viendo a éstos como la expresión
ideológica de la “polis”, en un proceso que podría parecer recreador de utopías
perimidas pero que estoy convencido será el punto de partida de la posibilidad de
construir una sociedad más justa y solidaria.

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